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martes, 19 de marzo de 2013

Por las playas de Almería...

Amigas y amigos..
acomodaos.

Retomando mi caminata por la orilla del Mediterráneo, en aquel lejano verano del 85, hoy os contaré algo vivido en una hermosa y solitaria playa de Almería.

Debía ser ya Septiembre, mi aventura desde Roma pronto llegaría a su final, tantos días de camino, mil playas recorrí, disfruté de sus aguas y paisajes, de las personas que encontré, peregrinos como yo, y de algunas sirenas, pocas, que pena, pero de gran corazón.

No cada día ocurren cosas interesantes, ni en cada acampada disfruto del lugar ni de compañía, casi siempre son zonas de paso, mas o menos cerca de algún pueblo en el que intento aprovisionarme de agua y de alimento.
Entonces, si tenía suerte, cambiaba en la tienda de ultramarinos del lugar, por algo de comida, si los aceptaban, envases vacíos de refrescos o cervezas que previamente había ido recogiendo por el camino. Hoy ya no hay bebidas con envase retornable, ya no podría viajar como antes, fueron mi pan muchos días.

Desde aquella experiencia, que ya os conté, con dos Sirenas en las playas de Girona, nunca mas tuve la fortuna de encontrarme a otro pa
r, solo de vez en cuando alguna solitaria peregrina accedía a conversar conmigo en algún lugar tranquilo y poco mas.
Mi tiempo lo consumía mis horas de pesca, mis esfuerzos por sobrevivir, andar caminos hacia el sur, buscar un pozo o fuente de agua fresca, encontrar algún huerto llenito y desprovisto de vigilancia y los domingos...la puerta de alguna iglesia, porqué siempre encontré corazones cristianos, o paganos, amigos y compasivos, siempre de mujer, y siempre, a la salida de misa o poco después, obtenía algo para comer, alguna moneda, de las mas pequeñas y algo de ropa una vez.

La zona de la costa de Almería, ya lo sabéis, es casi un desierto, entonces y ahora poco poblada, playas  de arenas grises y piedras, acantilados pequeños, caminos poco transitados llenos de baches y pueblos pobres pero honestos, pescadores muy trabajadores.
A una cuantas millas al sur de Carboneras, agotado por el sol, el calor intenso, fui a dar con Las Negras, no se como es ahora, pero entonces había mas perros que habitantes, solo unas cuantas casas y un hermoso mar al que miraban montes inertes, secos, llenos de serpientes y de soledad.

Me llevó el camino...

Como siempre, por casualidad, mis pasos me llevaron a una preciosa cala, de agua clara, que resultó ser nudista, una vez mas.
Solo había turistas, escasos y de esos de pocos recursos, como yo, con aquellas furgonetas destartaladas de matrículas raras, chapa con golpes mal pintada, cortinillas de flores, jóvenes de pelos largos, cuerpos escuálidos, comida escasa.

Acostumbrado ya mi trasero a tomar el sol, mas negro que un tizón, barba de muchos días, algún hueso asomándose en las costillas, cuando la zona acompañaba paseaba desnudo sin ningún remordimiento, ni miramiento, porque, amigas, que bien se vive en bolas, en pelotas, que libertad de movimientos, que facilidad para nadar y, guardarme este secreto, de algo que os invito a realizar si tenéis algún día esta oportunidad, que facilidad para evacuar el cuerpo, en castellano: cagar, no hay mejor forma de hacerlo que estando dentro del mar.
Debe ser por la presión, que se yo, la física nunca fue mi fuerte, pero os puedo asegurar que con solo desearlo, ya está, totalmente evacuado y al momento, a sotavento, ves flotando un hermoso e inmenso tronco marrón, que las olas se encargan de alejar y hacer desaparecer en el mar.
Se que no esta bien, y ahora con tanta gente en las playas, menos, pero además de ser alimento para peces, mi cuerpo se quedaba ligero y muy contento.

Aliviado y feliz volví al campamento.

Mi tienda estaba, como casi siempre, algo apartada de las demás y fuera de las zonas de paso, así, si alguien se acercaba es que algo quería de mi, o de lo que allí había.
No hablé con ninguno de los nudistas, gente joven o menos joven con niños y algún bebe y unos cuantos jubilados de ojos claros.
Los niños le ponían sonido al lugar, una playa mas bien escasa y mala, pero de aguas cálidas y cristalinas. Ninguna mujer de las que vi llamó especialmente mi atención, debía haber mas de diez, en edad de merecer, y menos de veinte.

Y se fue poniendo el sol...

Siempre permanecía alguna luz de gas encendida, ninguna hoguera, no había leña, la gente charlaba delante de sus tiendas, los niños de iban durmiendo y el sonido acompasado de las olas ocupaba su lugar.
Ya había decidido seguir mi camino por la mañana, poco interesante había allí, y además no había agua potable cerca.
Dejé mi tienda con la cremallera abierta, pies al fondo, cabeza casi fuera para ver el firmamento, mi mochila al fondo, a salvo de los amigos de lo ajeno, mi cuerpo sobre mi escasa colchoneta y cerca el saco de dormir por si llegaba el frío a la hora del rocío.

Casi dormido, observando la osa menor, solo la sombra de una sombra mas oscura adiviné, estaba seguro de haber visto llegar a una mujer y venía sola, pensé.
Mantuve los ojos cerrados y alerta pues poco podía ver.
Una mano tapó, suavemente mis labios mientras la otra hacía el gesto de taparme los ojos.
Eran manos suaves, manos de sirena y las dejé hacer.
Puso su cuerpo junto al mío, era alta y delgada, con pelo largo o eso imaginé, no dijo ni media palabra, ni yo tampoco, solo un momento volví a abrir mis ojos y ella, esta vez con sus labios volvió a cerrarlos, despacio.

Era una estudiante de anatomía.
Una autentica licenciada, casi doctora en la materia, estuvo una eternidad estudiando a oscuras cada pliegue de mi piel, pocos lugares le quedaron por conocer, dedos, manos, labios, pechos de todo se servía, todo valía, mi cuerpo temblaba de placer y como os podéis imaginar ya marcaba mi amigo las diez, pero la seguí dejando hacer.

No se encontrar las palabras adecuadas para describir esa noche, dejaré que vuele vuestra imaginación, hubo mucha pasión, sexo del bueno, la chica trajo condón,  en casi absoluto silencio, unos cuerpos que se abrazan, que se mueven todo lo que les permitía moverse aquel reducido espacio.
Ella resultó ser multi orgásmica, o como se llame, era la primera vez que me encontraba una mujer así y por eso la recuerdo vivamente, me pareció que mordía una especie de pañuelo, no quería gritar, supuse y yo ya sabía que me quería en silencio.
Me dejó, cuando marchó, totalmente relajado, agotado, contento y asombrado, en un dulce sueño, que ha vuelto alguna vez a mi memoria.

Nunca supe quien fue.

Al recoger mi campamento por la mañana estuve mirando al personal, intentando encontrar una mirada, un gesto, una señal, pero nada.
Caminé acantilado arriba, me detuve un momento y volví la vista atrás, tenía el alma en pena, me hubiera gustado conocer a aquella Sirena, mirarla a los ojos y decirle Gracias, muchas gracias mujer, por esa hermosa noche de silencios y de placer. 




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